jueves, 20 de noviembre de 2008

Cenizas


martes, 18 de noviembre de 2008

Amoramor

A mi compañera de piso le gusta dejar notitas por la casa. A mí ya me ha dejado más de veinte, a pesar de que me mudé tan sólo hace un par de meses. Son recaditos, saluditos, mensajitos... A mi compañera de piso le gusta hablar en diminutivo. Pensé que tendría que acostumbrarme a oír "cari" cada vez que hablase con su novio, pero ahora le ha dado por llamar a Javier "amor-amor", y para ello utiliza toda una gama de entonaciones cursis que me dan ganas de hincarme hasta el fondo los bastoncillos de las orejas.
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A veces les oigo follar. No, no me pone nada. Me arrepiento por no haberme hincado los bastoncillos en su momento mientras trato de ser selectiva con mi sentido de la audición, pero cuando ya casi estoy concentrada en el ruido perenne de la cisterna del quinto, sus grititos de "¡Amor-amoooor!" cual loba herida me devuelven inexorablemente al somier de al lado.
A él no se le oye. A veces pienso que le echa algún somnífero en el gin-tonic para poder montarlo a sus anchas sin que se queje, pequeña ninfómana insaciable...
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Yo también le dejo notitas a mi compañera de piso. No sé qué hace con ellas, si las tira o las colecciona, pero cuando vuelvo ya no están donde las puse y ella no me dice nada al respecto. Sólo me suelta indirectas sobre mi "siniestro sentido del humor". Sinceramente, no sé a qué coño se refiere: a Necesitaré Prozac para soportar aquí una semana más no le veo la gracia. Creo que la pobre no es muy avispada...
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Los domingos por la tarde mi compañera de piso y "amor-amor" suelen quedarse en casa acaparando felizmente el habitáculo común, y a mí, que llevo poco tiempo en la ciudad y no me surgen muchos planes, me dan ganas de asomar la cabeza por el balcón, cerrar la ventana de golpe y que mi cráneo vuele en caída libre. Al final nunca lo hago y sólo me limito a rechazar las palomitas de maíz y la invitación a ver una estúpida comedia romántica mientras les enseño mis encías (porque no puedo "sonreír" de otra manera).
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Últimamente Javier-"amor-amor" viene mucho por casa, aún cuando sabe que mi compañera de piso no está. Hablamos. No es tan tonto como me imaginaba. Nos reímos. Me tira los tejos. Yo me río por dentro imaginando una notita para mi compañera de piso: Tranquila, Javier y yo nos iremos a follar a otra parte. No tendrás que taparte los oídos, "amor-amor". Ella llega del trabajo y Javier finge haber venido antes para darle una sorpresa. Hago mutis por el foro enseñando las encías.
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Mi compañera de piso quiere hablar conmigo. Y aprovecha que me estoy depilando el bigote para acorralarme en el baño (tan inocente que parecía y mírala, la muy zorra). Me dice que nota raro a Javier, me pregunta si yo sé algo, como últimamente hablamos tanto... No sé si echarle cera en el pelo y salir corriendo o confesarle que me lo llevo tirando dos semanas... Me decanto por una tercera opción: mentir como una bellaca.
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Hoy le he escrito mi última notita a la idiota de mi compañera de piso y de paso al Mr.Precoz de su novio Javier-"amor-amor". He aprovechado su fin de semana de reconciliación para terminar la mudanza a un nuevo piso. Ya van cuatro casas en dos años...

martes, 4 de noviembre de 2008

Mirando


Mis ojos miran con desconfianza este viejo horizonte. Se dibuja una silueta triste, sola. Recuerdo cuando dije que estaría sola pero estaría bien... Lo recuerdo pero no lo siento. Ya no. También recuerdo la madeja de alambres que se retorcía en mis entrañas. La recuerdo y ya no la siento. Ya no...
Mejor así.

Tras la puerta

Me siento como el hombre que camina.
El pasillo es estrecho y está lleno de voces.
Las voces gritan dando órdenes.
El hombre tiene las manos ocupadas.
Si no fuera por el andador se ahorcaría con ellas.

Surreal

“Surrealismo”: Dícese de aquello que te produce la extraña sensación de que lo que vives no se está produciendo, o si se está produciendo es demasiado cafre como para asimilarlo. El surrealismo nos acompaña en el día a día. Se mete literalmente en tu casa, en tus reuniones, en cualquier ámbito de tu vida. Está ahí, para sorprenderte escapando de tu propio cuerpo y así verlo todo desde fuera. Como si, además de formar parte de la acción, estuvieras ajena a ella, alucinando en colores.

Él


Siempre que se marchaba, la nostalgia se agazapaba en el paisaje. Esos campos, en los que se alineaban miles de plantaciones, esa extensión inmensa de terreno que conocía tan bien, cobraba una relevancia especial desde el asiento del autobús. La inmensidad del cielo parecía decirle adiós salpicando el horizonte de nubes grises.
La vista se perdía en un sendero interminable... Cielos eternos, de 180 grados, con algodones gigantes que casi puedes tocar.
Eso era lo que más extrañaba en la ciudad. Cada vez que regresaba a la capital, volvía a experimentar la misma sensación: sentía cómo a su paso iban creciendo los rascacielos más y más, encerrándole en un callejón de asfalto desde el que era imposible ver el sol.
Hacía ya dos años y medio que se había marchado y aún no había tenido fuerzas para coger de nuevo su cámara de fotos. Anhelaba aquellos largos paseos en los que no paraba de trabajar. Era feliz haciendo fotos y cada día el cielo le daba un nuevo cuadro que enfocar. Ése era su objetivo, nada más. Eso era él: fotógrafo de nubes.
Pensaba que era una profesión original a través de la que podía expresar todo su mundo, hasta que vio la película Amélie. Le reventaba ver cómo algo tan importante para él, algo que más que una profesión era una obsesión, se redujera a un pasatiempo de niña con una Instamatic Kodak. Le dolía que no se supiera la dificultad que ese trabajo entrañaba, el delicado juego entre filtros, diafragma y obturador, el equilibrio entre brillo y contraste, luces y sombras.
Un día, en un arranque de vanidad y determinación, guardó sus fotos en una caja y puso rumbo al éxito. Lo que nadie sabía en el pueblo era que aquella caja llena de sueños ahora le servía como mesita de noche en una habitación alquilada por 400 euros.
Una vez más, después de un fin de semana de secretos y mentiras, dejaba de nuevo esos campos inmensos tras haber compartido borrachera y resaca con algunos amigos, y haber conseguido amanecer con una de las últimas chicas que quedaban en el pueblo (por conquistar).
Durante el camino pensó en ella, recordó sus pechos, el sabor de su cintura y le hormigueó la piel cuando recorrió con su mente el recorrido que había hecho con sus manos apenas unas horas atrás. Sintió de nuevo la humedad en su pelo y los olores de la tierra mojada, el cielo empezando a desteñir su oscuridad...
Un movimiento brusco del autobús lo sacó de su ensoñación. Sólo entonces cayó en la cuenta de que su compañera de plaza también miraba por la ventana. Al ser descubierta, cambió el rumbo de su mirada hacia el frente.
Sentía curiosidad por saber cómo eran aquellos ojos escondidos detrás de esos inmensos cristales negros. La chica no se había quitado las gafas de sol en todo el camino, y ya entraba la noche por las ventanas. Pensó que esos cristales eran un hermoso marco en el que delimitar el cielo en una de sus fotos.
Reunió valor para preguntarle el nombre. Cuando parecía que ella iba a contestar, se oyó un chirrido ensordecedor seguido de un terrible estruendo de cristales y metal. El conductor del autobús frenó tan fuerte como pudo, él sintió que le empujaban hacia adelante, la chica de las gafas salió despedida hacia el pasillo. De repente todo se volvió oscuro y en silencio.
En un último instante de consciencia, notó el sabor de la sangre caliente y se vio a sí mismo corriendo por sus campos inmensos, con su cámara de fotos. Oyó risas.